(EL HUECO DEL AGUA ENTRE LAS MANOS)
Me dijo: coloca tu pelo así, entre la estrechez de mis manos
y la figura de un recuerdo. Lo hice, convencida de que el amor era ceder a los
deseos del frustrado. Y todo mi pelo se agotó en un silencioso ojo
escudriñador. Quería volver a verme, no como lo que era, no como la mujer
cansada que sigue adelante, sino como aquel sueño de bar en que un día decidió
quedarse. Yo no era ya la figura reflejada en el metal de los borrachos, ni era la
mujer ruda que se tinta las entrañas para que la puedan observar solo unos
pocos. Era este cuerpo lleno de heridas imperecederas. Era también este gesto
de los dedos elevados hacia el extremo de la cara que hoy no tocan. Era el
chasqueo de mi lengua al saber que te vería, después de aquella noche. Era la
chica del pelo rizado que arranca sus raíles.
Me dijo: baila para mí como
cuando éramos árbol y sal; y el aroma del mundo nos pertenecía. Ojalá le hubiera
dicho que también sale grava en las estrellas. Él, buscando un recuerdo en la
eternidad de mis labios; yo, llorando en la tarde, con campanas de fondo de la
ciudad corriente (Sevilla en el perfil de mis dientes cansados, de mis palabras
cayendo como canicas en mármol). Pon tu pelo así, como si no fueras tú aún, y
pudiera verte como la mujer que deseé.
Pero el deseo no vale para amar, el
recuerdo no vale para amar.
Amar pertenece al instante.
Diana Forte.