FÓRMULAS PARA COMBATIR EL HAMBRE
Una frase puede evocar una
imagen, una frase puede conmover el espíritu y arrastrarlo a ponerse
manos a la obra. No a escribir nada de interés, sólo reflexionar
sobre el mero hecho de que unas pocas palabras, unos espacios
perfectamente colocados, han urgado en la vena dormida y la han
despertado para expulsar su amargo olor a saudade.
Una frase, como un susurro,
colándose en los tímpanos del que adora a los dioses y los eleva a
ciertas categorías innombrables, arrasando con la calma y la
austeridad de los pierde dones, devolviéndoles la faceta de
demiurgos que en las noches más oscuras suelen extrañar.
No merecen esos farsantes la
luciferina estrella que los maneja a su antojo. Tampoco merecen ser
marionetas de una inspiración que trasciende la pura lógica y el
misticismo. Ellos son vanidosos, creen que por haberla visto de
soslayo, están en derecho de apresarla para siempre, de engordarla y
apretar fuerte su tripa cuando quieran agradar a un amor o un amigo.
Lo que hacen es que inflan tanto a la bella, que esta muere como
fenix sonriente, sabiendo que sólo cuando el poeta esté abatido,
derrotado, exangüe y sólo, ella debe concederles un segundo de luz
para que puedan salvarse. Sólo un segundo.
Ella lo sabe, debe lamer el
cerebro al batido para construir las más grandes novelas o los más
hermosos cuentos de la historia.
La musa únicamente se
merece cuando no se merece nada, cuando se halla uno mismo en la
decadencia de su ser y al fin puede comprender la verdad de su
naturaleza.
Así vive y muere el poeta.
Akata.
El mar rojo,
sacudiendo una ola
El sol va muriendo.
Akata.
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