Entendí entonces en el flujo de la sangre, en el palpitar del ardor de mis ojos,
por qué se odiaba
y por qué se temía,
por qué se arañaba y se rompían mil huesos,
por qué uno decidía permanecer o seguía adelante.
Por qué se continuaba sin rumbo
ni objetivos.
Era por la esperanza triste de que esa idea de sobrevivir nos haría libres,
y finalmente nos daría el don de la paz
y
finalmente, nos dejaría amar
sin restricciones.
Brutal la imagen.
ResponderEliminarCambiar es morir para el hombre que asume un patrón de ser. Diseca su creencia y se horroriza de como la vida la bambolea y deforma con la fuerza del cambio inherente a la existencia. Recoge desesperado los fragmentos de su ego, reconstruyendo impotente su antigua sombra hasta que se corta tanto que la sangre le arrolla en torrente hacia la pérdida o la hacia la perdición.
Cree el que sufre, que recibirá recompensa. Que cuánta más autodestrucción, injusticia o crueldad caiga sobre él más derecho tendrá a la felicidad en amor cuando se resuelva su tormento.
Se arrancan la piel y esperan el aplauso orgulloso de Dios.