EL CONCIERTO
Tragada tu voz alrededor de un cuadro oscuro
el micrófono carga
tu aliento de sangre;
y dota
de
peces viscosos,
peces de hambre entregados a la masa,
los cuerpos heridos
que en la noche
te nombran.
Las nucas se aceleran como cuervos
que exigen su derrota
Se expanden, modulan con tu ritmo
las vértebras que el verso ha despertado.
Yo presiento.
Yo en el hueco de tus palabras de llanto,
yo en las sombras quebradas por los focos,
yo
engullendo
tu texto
desdentado
Arrancándome del sueño que será
el sueño eterno
de esta última
noche.
Eres mío y no; mío y de todos; y no.
Dentro del tímpano, en las manos
de quien clama
eres, también,
grave falange de los dedos
que yergo ante tu grito.
Y no.
La sala se estremece. Vuelvo a la penumbra
donde los monstruos de tu llaga rompen la sinergia.
Cantas,
y
cantas como el puño revienta
en la boca de una puta
Y como el orgasmo sacude la tierra
en el pico exacto de una grieta.
Cantas,
y todas
las voces sordas
entran y salen de ti.
Los platos ahora giran. Rápido y dulce
me enveneno,
absorbo la cerveza
como Cronos absorbe la libélula en tu vientre.
Un bicho te cabalga en la garganta.
Un bicho que no sirve más que para el sueño
más que para advertir la certeza
de lo que nunca jamás
podría haber sido.
He terminado de esconderme.
Acaba el concierto. Vértigo en la sala.
Bailo ya y resbalo hasta la barra
como un súcubo sonriendo
al final de la partida. No hay más dramas.
Apagas el silencio. Descansan entonces
los pedazos de légamo
que siempre encuentro en tus rimas
Y despiertas otra vez
al gran
espacio en que
no sabes que piensan.
Y no importa.
Todos aplauden.
Diana F.
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