viernes, 18 de mayo de 2018

ONCE AÑOS

Lo que duele, quizá, no es tanto crecer, sino darse cuenta de que, pese a que hemos crecido, todavía no hemos aprendido apenas nada, nada acerca de nosotros mismos. ¿Qué sabemos acerca de quiénes somos: que somos adultos, que nuestros estudios han dado nombre a nuestro cuerpo, que nuestro trabajo ha modelado nuestra vida? Poco, muy poco sé de quién yo soy. Poco, muy poco sabré cuando la vida no me sea tan larga. Pero sí que sé, y esto es importante, que hay que apreciar los momentos de lucidez que nos otorga la búsqueda de lo que somos. Hay que seguir despiertos. Vivir despiertos. Apreciar la lucidez, creer en ella y en nosotros mismos, y escucharla. No conozco otra manera para poder llegar a ser felices.


ONCE AÑOS 

"Trescientos sesenta y cuatro días de noches cerradas
la calidez del verano en que los árboles
crecieron.
Un helado derretido en mitad de tu lengua
virgen: "Nolite me tangere", decía ese pintauñas.

Dieciocho años de días de lluvia.
Todas las ventanas
con el olor marrón de la mañana.
Buscar la taza exacta en la cocina.
Abetos, granados, dientes de hojas azules
en el jardín de tus padres.

Han pasado
once años exactos desde que
creíste que la vida era un prosema;
once años para relativizar el alfabeto
de las nubes.
Once años, virginal niña arrastrada
hacia la playa.

Once años
han tenido que existirte
para que al fin comprendieras
que la vida

estaba aún por empezar".

Diana Forte.

lunes, 14 de mayo de 2018

LA FÁBRICA DESDE UNA VENTANA DE AUTOBÚS





A través de la ventana, observo: los humanos crean nubes,
pero son
nubes de horror.

Allí, en los prados, entre un lugar lejano de mí misma,
y una oveja habitante de una ladera de Cork,
ese mastodonte infernal queriendo simular
el llanto de la pipa
de una diosa.
Allí está, toda gris, toda ferviente,
con el sudor de los esclavos que tienen entrada a las ocho
en la mañana
que volverán a casa de nuevo,
                                                 sudor viejo,
agarrando el vaso de cristal cansado,

hurgando en la luz,
deslizando hasta el silencio
la soledad de la cocina
en que antes, respiraba una mujer
que no se ha visto en años.

Allí, esperar de nuevo la sombra de la fábrica.

Ella siempre le mira desde el centro
como si supiera cual es el destino de los hombres modernos:
una lámpara en la noche,
una sirena a la hora de comer,
un golpe duro en las costras.

El ser humano dispuso las espirales para el hambre
de ahora
mezcló con el aire lo que al trabajo
acude como advertencia de nada.
El vacío de lo humano.
Creyendo de verdad
que han descubierto el mundo.
Pero, ¿Qué es el mundo sino el grito desesperado
de una risa extraña?
Ella es la reina de lo que no se siente liberado.

La fábrica les muestra las heridas, los meandros
de las arrugas de la cara.
Somos, en realidad, piel y más piel,
carne y gelatina
consumada. Contemplada.

Contemplándose.

Y como buenos sabedores de lo ínfimo, de todo lo que nos es ajeno,
nos dejamos, de nuevo, la saliva
en el vaso
                 en la cocina.

"Cariño, ven a la cama, que el dolor se enfría".

Mañana a las ocho no habrá nubes que tapen nuestra falta.

Diana Forte.