jueves, 8 de septiembre de 2016

EL CONCIERTO



Tragada tu voz alrededor de un cuadro oscuro

el micrófono carga

tu aliento de sangre;

y dota
                de peces viscosos,

peces de hambre entregados a la masa,

los cuerpos heridos

que en la noche
                              te nombran.


Las nucas se aceleran como cuervos

que exigen su derrota

Se expanden, modulan con tu ritmo

las vértebras que el verso ha despertado.


Yo presiento.

Yo en el hueco de tus palabras de llanto,

yo en las sombras quebradas por los focos,

yo
          engullendo
                                 tu texto desdentado

Arrancándome del sueño que será

el sueño eterno

                                de esta última noche.

Eres mío y no; mío y de todos; y no.

Dentro del tímpano, en las manos

de quien clama

                              eres, también,

grave falange de los dedos

que yergo ante tu grito.

Y no.


La sala se estremece. Vuelvo a la penumbra

donde los monstruos de tu llaga rompen la sinergia.

Cantas,

               y cantas como el puño revienta

en la boca de una puta

Y como el orgasmo sacude la tierra

en el pico exacto de una grieta.

Cantas,
              y todas las voces sordas

entran y salen de ti.


Los platos ahora giran. Rápido y dulce

me enveneno,

absorbo la cerveza

como Cronos absorbe la libélula en tu vientre.

Un bicho te cabalga en la garganta.

Un bicho que no sirve más que para el sueño

más que para advertir la certeza

de lo que nunca jamás

podría haber sido.


He terminado de esconderme.

Acaba el concierto. Vértigo en la sala.

Bailo ya y resbalo hasta la barra

como un súcubo sonriendo

al final de la partida. No hay más dramas.


Apagas el silencio. Descansan entonces

los pedazos de légamo

que siempre encuentro en tus rimas

Y despiertas otra vez

                                       al gran espacio en que

no sabes que piensan.

Y no importa.


Todos aplauden.





Diana F.

martes, 6 de septiembre de 2016

EL CANTO ROJO DE LA NOCHE

La noche estrellaba sus figuras
en el bosque horadado de tinieblas.
La voz del roble
despertó la vulva,
oxígeno de madre, fuerza temerosa
de aquellos llamados bárbaros
por la mano roja
de todas las legiones.

En sus ojos, el fuego de la guerra,
en la espalda
su nombre de animal
valiente.
Es la rebelión de los Icenos,
figura de yegua
cargando el torque
de luz atragantado.

Voces de fieros Trinovantes
aullando hasta la unión de la sangre
y la Victoria: ¡Boudica!
¡Liberada hoz
que sesgas las gargantas
armadas de los hombres!
Tú que elevas los puños hasta el cierre
  y acaricias
las llagas enemigas
 con el filo de tus flechas,
haz del pueblo celta
una página tomada
y grita de nuevo a Andrasta
que no hay liebres capaces
de borrar
el triunfo que erigisteis.

Devuelve
aquella última noche
hasta el marcado camino
que Roma quiso
ensamblar sobre tu nombre.
Regresa a tu hogar, mujer
de cabellos afilados.

No dejes que los zorros
se conviertan en lobos
otra vez.
Despierta en ese pecho
que habla carne
 la sabiduría del Roble.
Y no consientas que tu voz 
se deshaga  jamás


sobre el llanto del misterio.

Diana Forte.