lunes, 19 de agosto de 2013

Instrucciones para no ahogarse sin morir



Soy espuma mecida. 
Ahoga. 
Soy un negro intenso sobre un punto flotante. 
Soy el punto;
el océano es la madre. 

Blancos corales surgen 
un baile de frío
y desaliento. 
pero empuja, empuja fuerte
y los peces 
tibios, sonrientes, 
anudan la nada a sus extremos. 

Tan insignificante un verso ahora...

Olas y olas y olas en la noche, 
en la parte oscura de la noche. 
Si a veces llorase con los brazos abiertos...

Pero allá, a lo lejos, 
diviso las montañas, 
el oxígeno;
apuesto a que la arena 
no se escribe. 

Vaivén, vaivén, vaivén tan tierno...

Unos ojos, tal vez un mito griego, 
adornan mi estómago
mi ombligo. 
Un mástil de tiniebla 
y allí nadie canta envenenado.
Las burbujas son licor para esta tráquea. 

Un avión. 
Silencio desde el fondo. 
Un avión. 
Y el coral blanco va muriendo
Olas y olas de calma al fin, 
de este mar enfermo al fin 
que cura las retinas. 

Sales hacia dentro. 

Esperma de la vida. 
No hay mayor verdad. 

Empuja, empuja fuerte, 
dame el beso que Ulises 
nunca tuvo. 

Vísteme de abismo para siempre. 





Akata. Yecla 12/08/2013

viernes, 2 de agosto de 2013

Yo me habría comido ese pollo también



SIERRAS Y ÓXIDOS

Estoy enamorada de las formas poco convencionales que las personas tienen de amarse.
El otro día vi a un viejo con un tatuaje verde de una prostituta en el hombro metiéndose una jeringa hasta el fondo de la vena. Me pregunté cómo es que seguía vivo. Me pregunté si realmente se habría enganchado no hace mucho a la heroína. Qué formas tan peculiares tiene la gente de amarse.

Anoche mi compañera de piso, Laura, estaba sentada sobre su cama vomitando un pollo tierno después de haber engullido una tableta de chocolate y dos enormes barras de pan con mozzarella. Nos miramos unos segundos a través del pequeño hueco de la puerta y, pese a sus desorbitados ojos, su boca cubierta de babilla y tropezones, y su cuerpo contorsionado como una servilleta sucia, juro que pude leer la satisfacción del trabajo bien hecho en sus pupilas dilatadas. Qué dulces maneras tienen las personas de adorarse.

Por cierto, qué putada lo de ese pollo, tenía un hambre...

Fui a lavar la ropa a uno de esos locales en que metes una moneda y esperas dos horas sentado en una silla viendo cómo tu ropa se mete el festival de su vida. ¿Lavandería? Eso es, lavandería. Y una mujer de mediana edad sostenía sudorosa a su hijo en brazos mientras que, con la otra mano, iba metiendo la ropa limpia a un cubilete. Por un momento pensé en ayudarla con el enorme esfuerzo que estaba suponiéndole a la mujer mantener en peso al infante a la par que sacaba la ropa de la lavadora con la otra mano, pero deseché aquella posibilidad de inmediato. Odio vívamente a los niños.

La madre, cansada de tanto levantamiento de peso y, sin querer, por supuesto, dejó caer al niño al suelo sin miramientos. No seré yo quién plantee la posibilidad de tirar la ropa primero. No sé, cada uno tiene sus prioridades en la vida.

El niño comenzó a llorar como si lo único que hubiese tenido hasta la fecha hubiesen sido sus ensanchados pulmones. La madre, como despertando de un largo sueño, se agachó, tomó al niño en brazos, le dio varios fuertes azotes en el culo, le echó una reprimenda por lagrimear tanto y ser tan poco masculino y, acto seguido, se fue de la lavandería justificando que la mitad de su ropa quedase sin recoger. Es absurdo, pero es real. Las personas tienen unas extrañas formas de quererse.


Estaba hace un par de horas en un bar. Salí sola. Ya veis, casi un año entero sin salir sola y allí me vi, con una cerveza en la mano y la cabeza gacha delante de la barra. Tenía ganas de beber, de emborracharme. Tenía ganas de joderme un rato, de pasarlo bien un rato, de olvidar un rato, de recordar un rato. Tenía ganas de existir un rato, de nublarme un rato, de desaparecer también un rato, ¿Por qué no? Tenía ganas de todo eso que hace el alcohol, vaya.

Pero sí es verdad que la formulación de ciertas cosas en estado de ebriedad puede ser errónea, como tantas otras. Y cuando uno se da cuenta, tiene la sensación de haber descubierto una verdad universal antes velada para el resto del universo, y se siente su salvador y responsable. Su gran profeta. Delirios de borracho. La cuestión es que, en un instante, mientras metía un trago de espuma, pensé: El alcohol no es la respuesta, es la pregunta. Y me quedé más ancha que larga.
Sí señor, el alcohol era la pregunta. Como si nadie se lo hubiera planteado antes.

En ese mismo instante, le dije al camarero que me sirviera tres chupitos de whiskey y un vodka con lima. Me los bebí casi a trago. Después pedí un par de absentas. (Si eso no conseguía hacer que me esfumase, me rendía) Lo hizo. Creo que durante unas cuantas largas horas desaparecí,  y aún no recuerdo nada. Pero cuando volví en mi, si que pensé: ¿Y qué?, ¿Para qué coño quería yo la pregunta que me hacía beber? ¿Por qué iba a querer yo saber de qué iba esa mierda?
Sólo quería dejar de estar jodida, el problema para mi era lo de menos. Y saberlo sólo me ayudaría a pensar cada vez más.
Eso que dicen de "reconocerlo es el primer paso"; pura mentira. Reconocerlo es reconocerlo, nada más. Reconocerlo es decir, vale, estoy jodido, ¿Y ahora qué? ¿Va a pasarse de golpe esta putada sólo por que ya puedo ponerle nombre? ¡Venga!¡Vamos! Dejemos de ser ingenuos, que ya está bien de mentirse tanto.

A propósito: mentir, beber, amar...No están tan lejos ninguno de los tres verbos. Además, hay peores formas de quererse. Podríamos, yo que sé, vivir sin hacer que pasase nada, sin provocar una catástrofe. Seguir andando indolentes y derechos, erguidos monos fingiendo ausencia de taras. Qué formas tan humanas de autodestruirse tiene la gente. ¿Dónde quedó la creatividad?

Nunca entenderé nada, pero supongo que eso es lo que hace que me fascine tanto esa particular forma de amarse que tienen las personas. En fin, me voy a seguir bebiendo.




Akata.