miércoles, 18 de julio de 2012

Ascenso y caída


-Tú ya habías estado aquí.

-Hace mucho tiempo.

-¿Porqué has vuelto?

-Había perdido algo en mi vida, y quería volver a hallarlo en esta playa, donde una vez encontré algo que ni siquiera sabía que era mío. Si una vez este sitio me regaló una verdad, podía hacerlo de nuevo, ahora que la necesito.

¿Porqué le hablaba de esa forma tan estúpida a aquel hombre desnudo y desconocido? Y yo que sé, pero no pude evitarlo. Algo me decía que era la única persona de toda la playa con la que podría hablar sin destrozarme.

-Si te lo dio sin que lo pidieras, no esperes que te lo de ahora que lo exiges.- afirmó secamente.-Yo también pensaba en el tiempo, y en lo que se lleva consigo, y en lo que nos deja, claro.

Antes, hace algunos años, solía venir aquí con mi mujer. La gente, cuando se muere su pareja tienden a idealizarlas y suelen gritar tonterías del tipo: “era la mujer de mis sueños” y cosas así; pero lo cierto es que cuando mi mujer murió yo estaba intentando tirarme a una jovencita de universidad. Las cosas el último año nos habían ido francamente mal, y ya apenas follábamos ni veíamos juntos la televisión. No hacíamos nada. Incluso empecé a odiarla un poco, odiar todo lo que hacía y su voz chillándome de la cocina al salón. Por eso cuando conocí a Marisa, morena, alta, de piernas esbeltas y minifalda roja, a mi se me olvidó pelearme con mi mujer, y ella dejó de querer pelear. Perdimos la ilusión hasta de hacernos daño.


Estuve algunos meses tonteando con Marisa, hasta que un día accedió a venir a la filmoteca conmigo. Joder, ahora la recuerdo en la butaca, a oscuras, con su minifalda verde y las piernas como dos enredaderas de seda cruzadas. Era puro morbo, tenías que haberla visto muchacha. Cuando acabó la peli la acompañé a su coche, la besé y quedamos para el día siguiente. El problema es que al llegar a mi casa no había nadie,y se me olvidó el día siguiente.Mi mujer había sufrido un derrame cerebral y estaba en coma. Y creeme, lo que dicen de que crees morir en el instante en que sabes que a las personas a las que quieres les ha ocurrido algo también es mentira, pura y puta mentira. Lo que pasa en ese momento es que dejas de sentir, y de escuchar, y de ver. De repente contemplas el mundo como si te hubieses desplazado de ti mismo 91 cm, y para tocar las cosas tuvieses que alejarte de ellas, colocarte en una perspectiva diferente. Yo dejé de sentir en ese mismo momento, y me fui corriendo al hospital. Durante las dos semanas que estuvo en coma antes de morir me vine aquí, a esta playa, a ver el mar y sentir frío, porque era la única sensación que me apartaba de la irrealidad en la que estaba sumergido. El frío fue lo único que sentí durante aquellos días, el frío y su recuerdo aquí, en esta playa mientras la veía comerse un melocotón debajo de la sombrilla. Luego ella murió, y entonces si vino el dolor, el que todos conocemos, ese. Yo la seguía odiando, y seguía quedando con Marisa, que se convirtió en la columna que aguantaba mi peso. Pero ya no quería follármela, ni siquiera me fijaba en sus minifaldas de colores. Sólo me apoyaba en su hombro y lloraba. Odiaba a mi mujer, pero en aquel momento hubiera dado mi alma por uno sólo de sus gritos. La ilusión volvió con la muerte, y la muerte trajo consigo el dolor, y el dolor se quedó aquí, en esta playa, conmigo y su recuerdo de mierda.
Mi mujer era un ser humano corriente.-dijo aspirando mucho oxígeno.- con sus locuras, sus manías, sus más y sus menos, pero era el ser humano que se había quedado para conocerme. Y, bueno, también se que seguramente, si no hubiese muerto nos habríamos separado, pero la ausencia hace que las cosas cobren un nuevo significado. Su muerte me regaló el amor por lo perdido, y así comprendí que amaría a otras con fuerza y pasión, pero que no sentiría jamás el vértigo del placer de una discusión con ella.


Akata.

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