lunes, 17 de febrero de 2014

Ella tenía el mar...

Ella tenía el mar por todo el cuerpo. Su cuerpo picaba por la sal, por las heridas de las olas al embestir sobre sí. Su ombligo era el centro oscuro que nadie puede encontrar, el punto exacto donde dicen que los dioses se despiertan. Ella dejaba navegar barcos abiertos, a veces amaba el sol, y se pintaba en la piel con los colores del viento. Fluía entre el reflejo blanco de todas las estrellas; respiraba en su fuego, escuchaba los cohetes de fiestas en sus pechos. Bailaba al ritmo de Jazz de la cubierta de sus miedos, y si otro instrumento tocaba, obligaba a las gaviotas de sus ojos a volar.
Ella era el mar por todo el resto, desde los dedos diminutos de sus pies hasta el inseguro moho de su cerebro. Tenía el mar por los infiernos, hablaba el llanto de los muertos asfixiados que, un día, intentaron alcanzar la luz desde lo hondo. Susurraba en verano una sonrisa, se dejaba acariciar por los pequeños niños en invierno. Sus lunares en las partes mas recónditas, tesoros de naufragios que partieron a la negra Atlanta. Sólo quería un sueño. Ella quería soñar porque el mar no sueña nunca. Porque el mar vive despierto, asustado, vibrante y a la vez, valiente y terco; torbellino de mil contradicciones. Ella tenía el mar en las pestañas, le sangraban las mañanas- más o menos a las seis- cuando manchada de café se acordaba de quererse un poco. Sabía que un cielo gris dura un infarto. Sabía que un cielo raso podía pesar también una palabra. Era canciones de nadie, canciones de todos. Espuma, gritos, silencio...Arena en el pelo, comisuras torcidas de buscarse esperando. Las ganas de partirse en dos largas piernas por un beso.
Ella tenía el mar, era el mar, sabía a mar por todo el cuerpo.


Akata.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Cada vez me gusta más como fluyen tus imágenes.

    Pensar que el viento se desnuda a su paso por el rastro de su presencia. Pensar que en el árbol agitado levemente por el ritmo de la brisa, se dibuja el rostro invisible de su Bóreas. Que quizás es el movimiento que trae, la tinta que lo desvela. Como la danza colorea la música en el espacio en que transita.

    Si pesamos menos que el agua que desterramos cuando entramos en el mar, nos escupe a sus fronteras. Si pesamos más, nos estrella contra sus entrañas.

    El mar sin viento, solo sería acariciado. Es ese secreto que nos empuja, el que le enfurece, el que nos ayuda a rasgar sus fronteras y volar en agua, hundir barcos y consumir acantilados. Pero es solo su piel, su sueño lejano de luz, en verdad es en su mayoría oscuro y sereno y sepulcral.

    Llamamos mar a este atardecer desde la playa, al que yo llamo siempre cuando me despido del amor. Pero el mar, el titán de océanos está hirviendo, en colores y secretos, acuna y transforma vida en un volcán de misterio rizado por la luna.

    Dan ganas de un beso, que se parta en dos largas piernas que sepan a mar.

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