martes, 25 de febrero de 2014

Correr el riesgo


Aquella puerta era harto conocida para él. Se preguntaba ahora, con la maceta medio mustia en la mano, cuántas serían las horas que había invertido en imaginar a Irina haciendo sus tareas domésticas dentro de ese cuchitril de la Calle Saint Dennis. La podía acariciar tumbada en el sofá con las piernas abiertas y una lata de cerveza entre sus dedos apunto de caer sobre la alfombra. Era tan distinta y a la vez tan silenciosa como el resto. Una de esas estrellas rojas que desean pasar desapercibidas entre la frialdad de millones de estrellas hermanas pero que, con la imposibilidad propia de lo único, acababa por delatarse y ser vista. Irina, una rusa en mitad de París, la ciudad más fea de Europa, siempre con el cielo encapotado y la gente bizca bajando a toda prisa por las sucias avenidas. Irina, que comentaba durante las cenas no tener familia ni lugar al que volver, estaba cansada de hacer audiciones para obras de teatro de tres al cuarto. Y él, cada vez que agotada volvía a casa por la pequeña acera llena de basura, la esperaba en la esquinita, con la intención de verla entrar y quedarse un rato en el portal oteando su ventana por si, con suerte, conseguía verla sonreír cerca del alfeizar.

Cinco años, y eso nunca había ocurrido. Hasta aquella tarde. Esa tarde en que él venía de la pastelería en la que trabajaba y ella le había llamado para invitarle a tomar una copa de vino. Cinco años. Cinco putos años habían tenido que pasar para todo aquello, para que al fin se sucedieran las circunstancias perfectas.  Ewan miró sus manos tensas sobre la maceta de crisantemos pompón que había comprado a mitad de precio en una floristería clandestina junto al Sena y, acto seguido, obervó el pomo de la puerta, la única línea real que ahora le separaba de aquella perfecta proyección de su anhelo, y sintió miedo, un miedo atroz e irracional, un miedo sibilino que parecía no tener origen. Y antes de darse cuenta, había dado un paso atrás. Fue en ese instante, cuando sin querer, volvió a imaginarla cargando las copas, abriendo la boca, moviendo los dedos alrededor del cristal. Llevando su pelo detrás de la oreja, paseando impaciente, esperándole ausente en pos del sofá. Y dio un paso atrás. Otro más. Otro más. Bajó las escaleras preso de la angustia. Siguió imaginando su cara un domingo, sus besos muy tibios, su sexo viscoso, su aliento de fruta que va a madurar. Y dio un paso más hacia atrás.

Cinco años recreando una escena, llorando de pena en las escaleras de en frente. Cinco años mirando a los otros valientes acompañarla a casa. Y ahora, en la la tarde, en la orilla, en la franja, su sueño moría. "Y si entrase y ella estuviese frustrada. Y si era una loca que hablaba y hablaba y hablaba y hablaba..." "Y si todo era un cuento para no estar sola. Y si era una copa de adiós y ya está." Cinco años de incertidumbre e iban a ser más. Hubo un hálito de valor, un pequeño "Asómate";  luego vino el terror, el silencio, el acento francés de los negros bajando la calle y sus pasos solapados en cada zancada. Irina en la cama, Irina cansada, Irina aún su sueño infinito de mierda. Y en la mente de Ewan una frase inmortal: "¿Por qué nunca podré atravesar la puerta?"


Akata.

No hay comentarios:

Publicar un comentario