sábado, 15 de diciembre de 2012

Sobre los que escriben


                                      FÓRMULAS PARA COMBATIR EL HAMBRE



Una frase puede evocar una imagen, una frase puede conmover el espíritu y arrastrarlo a ponerse manos a la obra. No a escribir nada de interés, sólo reflexionar sobre el mero hecho de que unas pocas palabras, unos espacios perfectamente colocados, han urgado en la vena dormida y la han despertado para expulsar su amargo olor a saudade.

Una frase, como un susurro, colándose en los tímpanos del que adora a los dioses y los eleva a ciertas categorías innombrables, arrasando con la calma y la austeridad de los pierde dones, devolviéndoles la faceta de demiurgos que en las noches más oscuras suelen extrañar.

No merecen esos farsantes la luciferina estrella que los maneja a su antojo. Tampoco merecen ser marionetas de una inspiración que trasciende la pura lógica y el misticismo. Ellos son vanidosos, creen que por haberla visto de soslayo, están en derecho de apresarla para siempre, de engordarla y apretar fuerte su tripa cuando quieran agradar a un amor o un amigo. Lo que hacen es que inflan tanto a la bella, que esta muere como fenix sonriente, sabiendo que sólo cuando el poeta esté abatido, derrotado, exangüe y sólo, ella debe concederles un segundo de luz para que puedan salvarse. Sólo un segundo.

Ella lo sabe, debe lamer el cerebro al batido para construir las más grandes novelas o los más hermosos cuentos de la historia.

La musa únicamente se merece cuando no se merece nada, cuando se halla uno mismo en la decadencia de su ser y al fin puede comprender la verdad de su naturaleza.

Así vive y muere el poeta.


Akata.



                                                               El mar rojo,
                                                               sacudiendo una ola
                                                               El sol va muriendo.

                                                                                                 Akata.

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