miércoles, 27 de abril de 2011

Cuando no hay mucho que decir




DESTRUBIR

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-" Tienes cara de ser una borracha".- Comentó Julio la primera noche que salíamos de fiesta por París.

- ¿Tanto se me nota?

- Es que me gusta observar a las personas.- dijo con una sonrisa resuelta, de victoria.

Y a mi, a mi también me gustaba analizar a los demás, observarlos hasta desgastarles la piel o encontrarles frescas heridas. En aquel viaje todavía no había sacado nada en claro de mis acompañantes. Loren, un muchacho de rastas oscuras y ojos azules, con piercings en todas las partes del cuerpo y la garganta muda, a veces me miraba muy serio y quieto, dejaba que el mundo frenase a nuestro alrededor para mirarnos, por que nunca decía nada; y allí descubría tal vez alguna que otra emoción parecida a la nostalgia, un instinto primigenio de hacer el amor a la vida como una enorme fiera libre. Y me escudriñaba con los dos mares profundos que tenía por ojos para que comprendiese sus licencias, sus desaires y sus soledades. Para que entiendiese un poco más aquel voto de silencio voluntario, y aquellos "palparlo todo". Era un personaje un tanto excéntrico.

Clara era todo lo contrario, se pasaba horas y horas hablando, nos contaba cualquier mínimo detalle, cualquier estúpido pensamiento que hubiera emergido de su brillante cerebro. Siempre estaba ideando formas de no estar parada, de no dejar que el tiempo ganase. En ocasiones, se agarraba fuerte a mi brazo y decía- Pierdes demasiado tiempo durmiendo. Deberías salir más, y venir conmigo. - pero yo no podía dormir cuatro horas al día¡ me resultaba imposible! Incluso a veces, me parecía increiblemente difícil soportar a aquellas rara avis con las que había decidido dejarlo todo y lanzarme a descubrir París.

Muchas noches, en las camas mullidas de las pensiones, sollozaba con mansedumbre, arrepintiéndome de aquella decisión que tan firmemente había tomado. Otras sonreía sin más, por estar en cualquier parte del globo relamiéndome los labios al haber hallado una nueva verdad por la que continuar susodicha aventura. Pero ese día, en ese bar, cuando Julio me miró y dijo que tenía cara de borracha, comprendí tanto de mi misma que hasta me asusté. Primero quise salir corriendo de allí, esconderme en cualquier esquina, acurrucarme como un cachorrito esperando el calor de sus hermanos, pero luego, luego me entró el pánico vacío , ese pánico que penetra fuerte, como un escalofrío subiendo por los huesos desde los dedos de los pies hasta la nuca, el pánico que de repente hace que no sientas nada, que no tengas nada en que pensar, como si nada hubiera sucedido antes ni después de ese momento. Como si no existieras. El pánico más horrible y pegajoso de todos los pánicos posibles. Un pánico que no podía arrancarme y que sólo sentía en aquellas ocasiones en que tenía que tomar decisiones irreversibles. Finalmente pude volver en mi y enfrentarme al acusador:

-¿ Tanto se me nota?.- aunque yo no le estaba preguntando por su afirmación. Yo iba más allá. Y cuando sonrió, supe que me había comprendido, comprendido y calado. Y que ya no estaba a salvo en ningún lugar. Que ya no podría huir de mis demonios ni a París, por que ellos me encontrarían. Supe desde ese momento que tenía que hacer algo¡ actuar! Antes de que Clara viniese como un ciclón y me arrastrase a su mundo de locura, antes de que Loren me mirase y quebrase las pocas fuerzas de las que disponía para hacer lo correcto.Antes del fin.

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