martes, 8 de septiembre de 2015


CONFESIONES

Tengo que decírtelo, amigo, porque me está pesando tanto como un verso. No, lo siento, te mentí o te dejaste engañar, pero yo no soy así. No llevo los labios pintados de rojo y el escote entre el ombligo y el final del pantalón. Yo me unto con carbón los ojos, y me anillo los aros al pelo y las orejas para, de vez en cuando, desaparecer. Visto camisetas que no hablan de nadie, y cuando nadie me mira o cuando todos miran rápido, canto alto y muy mal para sentirme viva.

Yo no tengo dos vestidos blancos dentro del armario, y mis costillas no tienen la forma perfecta de un cosert. Tampoco  me suelo desvivir en conversaciones sobre como pasa el tiempo, y qué encantadora y maravillosa es la resaca de universidad. Más bien, respiro la nostalgia de los días que tiendo a imaginar. Soy una rastreadora de momentos perfectos y ficticios que no llegarán. Y no, no me arreglo los domingos, ni los lunes, ni mis zapatos suenan en la calle como un lápiz apunto de romperse. Yo vengo del viento, camino descalza, y amo los abrazos que no necesitan ropa.

Mis reflexiones son sonoras y vibrantes, casi molestas, como la tromba de agua que te cala por sorpresa.

No, yo no soy así. No soy perfecta. Tengo celulitis en el culo y probablemente no llegue con pies a los cuarenta. Me deshago en violentos cuerpos de una noche y no sé contar hasta 100 sin perderme por la mitad. La libertad a veces me huye por mi falta de lealtad y mi cobardía. Llego tarde y mis horarios son calvario para los que pecan de aguantarme. Pero me gusto. Me empiezo a gustar porque me empiezo a entender, porque no necesito ser la mitad de lo que debiera, sino el todo absoluto que puedo llegar a ser.

Lo siento, no soy tu chica alta, ni flacucha, ni rubia, ni morena, ni fría, ni niña, ni feliz, ni rota, ni enferma. Yo ya he vivido en la más inescrutable soledad; conozco mis infiernos. Y las horas de reggaeton me producen siempre urticaria en el pecho. No soy feliz, pero tampoco triste. Y casi siempre, siempre, siempre estoy sonriendo.

Yo no, cariño, yo no puedo pertenecer a esa vida extraña en que las personas se encuentran en el universo con normalidad, como si el mundo no cambiase, la vida no siguiese y las cosas importantes pudieran, de alguna forma inexplicable y absurda, posponerse.

Te mentí y te dejaste engañar. Y ahora tocaba, ya que estamos solos y hablando muy bajito, confesarse un poco.

Diana Forte.

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