domingo, 20 de septiembre de 2015

MATEMÁTICAS

MATEMÁTICAS


Una vez conocí a un chico en un bar,
tenía las palabras ágiles, oscuras,
su voz era un punzón de avispa en el pie de un niño
una mañana de verano.

Hablaba números, parecía exhausto,
pero todas sus drogas de diseño levantaban el cinismo
con que amaba entre los párpados
y después sonreía,
cansado, feliz por algo desatendido y olvidado.

Entendí el miedo en la mesa, la soledad de las familias desdichadas,
 las cervezas de los hombres que se mueren
sin haber conocido la verdadera tristeza del amor.

Me miraba tan serio, estupefacto, como si acabase de descubrir
un unicornio moribundo que pudiera ser salvado.
Y me destruyó con sus historias
de la mano al cine
del cine a la noche en que los pájaros
gritaban
y más fuerte, me quebró;
a nosotros, y nosotros gritábamos lloviendo el nombre
en la lengua de las aves.

Me hizo, aquel chico asustado y corredizo,
una piel sobre otra piel sobre otra piel
de llantos, y me pasé los días
llorando a puñetazos.

Qué gran idiota, hablando de follar sin mirar a los ojos
de pensar sin el peso de las manos,
de beber sin el trago final que nos descarna.

Me convirtió en el odio hacia todo lo que amaba,
hacia todas las ventanas sucias de la universidad y
sus futuros incompletos, hacia la libertad.

Yo conocí hace mucho, mucho tiempo,
a un chico en un bar.
Y ahora, que ha pasado el tiempo, los errores, las hojas de los árboles,
me estoy, de nuevo, convirtiendo en sus
palabras.- agujas de avispa en la tierna e inocente soledad.




Te quiero, monstruo, y no te quiero más.




Diana Forte.


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