domingo, 7 de julio de 2013

ESTOY SOLO CUANDO LLUEVE, ESTOY SOLO CUANDO NO LLUEVE




Se le habían mojado los pies de andar alrededor de los charcos. A Ella no le gustaba especialmente la lluvia, pero adoraba los charcos. No sumergirse en ellos, no zambullirse como hacían las chicas bonitas de pelo rubio y colorete en la nariz. A Ella más bien le gustaba bordearlos, y ver la distorsión de su reflejo en ellos mezclado con la suciedad del asfalto. Siempre acababa preguntándose si aquello que se le aparecía al otro lado era realmente su imagen o, por el contrario, acababa siendo la redundante proyección aburrida de si misma. En algún lugar debajo de sus brazos, apostaba a que era más monstruo que otra cosa.

Se le habían mojado los pies de andar alrededor de los charcos, y Él la miraba con las piernas cruzadas y la mitad de un cigarro apunto de apagarse. La estaba llamando. El tipo reclamaba su presencia dos metros más allá de un agua infecciosa que estaba quitándole todo el protagonismo. Ella le miró un instante, y Él le dijo que tenía los pies llenos de lluvia, y que Ella era la niña de la lluvia porque cuando estaba triste siempre llovía, y que ese charco era su obra de arte, pero que Ella nunca podría ser la deforme sombra que se dibujaba en el charco, porque cuando Ella lloraba, toda la mierda se quedaba fuera y su piel volvía a relucir como pendientes de luna.

Realmente no sé que pretendía con aquella afirmación. Ella sonrió cabizbaja y dejó a un lado el charco, con una tristeza tan calma y oscura que cualquiera hubiera podido estremecerse al mirarla.

Él tiró el cigarro y extendió los brazos, y Ella estiró su cuerpo para recibir la asfixia. Suspiró, cerró los ojos. Los dejó en blanco. Abrió los ojos. Ahora eran marrones. “Mis ojos ahora son marrones como la mierda del charco.”- se dijo. Y entonces correspondió al abrazo. Y se dejó llevar en el cuerpo que la abrazaba. Y pensó en sentir un poco, sólo un poco, porque tal vez lo merecía.

  • Estás ardiendo.- Dijo Ella.

Y era Mayo.

Él la abrazó más fuerte, y Ella pudo sentir como le besaba en la línea del cabello. Sintió algo extraño, parecido al ahogo, parecido a la muerte; pero no. Sintió que se obligaba a sentir más de la cuenta aquellos sentimientos que por norma siempre pertenecerían a otros y nunca a Ella misma. Le cansaba tanto apretarse el pecho en otro pecho únicamente para que empezase a doler...

Por que no dolía, ya nada dolía. Y Ella pensaba que si abrazaba muy fuerte a alguien pasaría como ocurría cuando bordeaba los charcos; quizá viera la realidad por un instante y no aquello que todos concebían como real. Y podría amar y ser amada, querer y ser querida. Podría, si. Claro que podría.

Y en ese instante, se acordó de un chico al que veía últimamente, un chico al que se empeñaba en desechar de su mente pero que la asediaba sin cesar. Todas sus palabras, todos sus gestos, todas sus canciones parecían no encajar en ningún lugar de su cabeza ni en ningún lugar de su cuerpo y, sin embargo, lo iban llenando de una nebulosa extraña parecida a la nostalgia feliz. Echar de menos algo que está por suceder.

Se repetía una y otra vez: “ No tenemos nada en común. Es una lacra. Es un error. Es sólo aburrimiento. Es hastío. Es alguien con quien quizá yo nunca tendría nada que ver.” Se repetía. Se repetía. Se repetía. Y cuanto más se repetía aquello, más se repetía la sensación de saciedad. “No puede llenarme este abrazo, pero puede llenar esa sonrisa torpe que no tiene nada que ver conmigo. ¿Por qué?”. Y su sonrisa torpe.- la de Ella ahora, no la del otro chico al que veía últimamente.- aparecía en su cara como por arte de magia. Qué irracionales son los comienzos. Ella se conocía tan bien...

Cuando Él dejó de abrazarla la invitó a su casa. Y Ella aceptó. Ya no estaba triste. Seguía sonriendo y el pensó que era por su abrazo. Hasta ahí todo iba bien, ¿No? Pero se odiaba. Ella se odiaba y odiaba sonreír. Y odiaba no estar triste de nuevo. Le cogió de la mano y juntos abrieron la puerta de la entrada. Luego hicieron el amor, o follaron, o qué se yo. Algo hicieron entre tanto frío y tanta ausencia.

Y era Mayo.

Entonces, Él sacó otro cigarro y Ella miró el techo como quien mira una mosca que no sabe a dónde va, ni dónde va a ir, ni dónde debiera ir.

  • ¿Te ha gustado?
  • Ha sido genial. Precioso.
  • ¿Y por qué no me mirabas?- Preguntó Él sorbiendo lentamente el humo.
  • ¿Y si me ves?.- respondió Ella aún concentrada en encontrar algún maldito insecto.
  • ¿Qué?
  • Nada. Es que me da vergüenza mirar a los ojos cuando estoy apunto de correrme.
  • Ah.

Él terminó el cigarro y empezó a contarle cosas sobre su vida, su trabajo, su tiempo libre. Cosas que Ella ya sabía por que lo conocía desde niño. Luego, sin previo aviso, se detuvo y susurro “Te quiero”. Y Ella dijo “Yo también”. Y volvieron a abrazarse, esta vez con más intensidad que antes.

Las últimas palabras retumbaban en la habitación. La luz del flexo perfilaba sus figuras en el silencio de una rara noche; casi como Pareja a caballo. Él no podía dejar de regocijarse en su adorada felicidad y en la plenitud que suponía tenerla entre sus manos.

Ella no podía dejar de odiar.

Ella no podía dejar de sentir por primera vez en mucho tiempo, y lo peor era que ese sentimiento que no la dejaba en paz, no era otra cosa que ese mismo odio violento que la incitaba a empezar a gritarle y hacerle daño. ¿O era a Ella misma realmente a quién odiaba?

Al segundo, se acordó de su reflejo en el charco, y de lo dura que era la vacuidad todos los días. Y recordó también al chico al que veía últimamente, y que no pegaba nada con sus ojos, pero que por alguna inexplicable casualidad le insuflaba nebulosa y la obligaba a sonreír. “No entiendo que reacciones químicas construyen el dolor. Pero debe estar siempre donde nunca te pondrías a buscar las peonzas de la infancia.”

El odio, mal tahúr, dejó de manifestarse en un instante. El abrazo acabó con un gran beso.

Él oía música en sus tripas. Era la chica perfecta; al fin había encontrado a una mujer que lo complementaba en todo. Ella sonreía. Ella bordeaba algún círculo lejano que nada tenía que ver con Ella, pero que daba sentido a todo cuanto solía saber a eco mientras su mente vomitaba sin cesar “¿Cuánto durará?”




Akata.

miércoles, 3 de julio de 2013

Si todo es suficiente partiremos


Pueden sentirse ya las distracciones,
las heridas, 
herencias;
como una macedonia 
de venenos frescos, 
dulces, olorosos.
                        Venenos que empalagan.

Fríos venenos.

Pueden sentirse ya
todas las canciones;
Y ni siquiera estuvimos dentro,
ni siquiera estuvimos dentro...

Huir, huiremos.










Akata.

domingo, 30 de junio de 2013

Ciempiés

  

Me partiré, apartaré la vida a cachos.
Con la falsa molestia del ciempiés,
que dice que son cien y no llega ni a
treinta.
Y ya le duelen los talones;
pero no se detiene. No se detiene.

Así que dime la verdad, por favor,
escribe sobre la verdad y se eco.
No quiero que luego me digan que por qué
no retumbaba nada,
que qué diablos pasa con tanto oxígeno en el pelo.
y si las rubias no quieren cagar, ¡Allá ellas!
Pero a mi sólo dime si esta batalla finalmente servirá.

Necesito un soldador porque estoy rota.
Pero suelo mentirme si el cielo se vuelve iridiscente.
"Si amanece no te pidas perdón. Y siempre amanece."
Así de simple.
Que llevo ya cinco años sin insultarme seriamente, sin
deleitarme con palabras de bondad que mueran pronto.
Por eso,
por eso, seguimos siendo monstruos,
por que los monstruos no saben medir las pesadillas.


Escribiendo en la servilleta manchada del café
contando un veintitrés,
haciéndole psicología inversa.






Akata-bah.

lunes, 24 de junio de 2013

El mar no es más que un pozo de agua oscura...

















"El mar no es más que un pozo de agua oscura,
los astros sólo son barro que brilla,
el amor, sueño, glándulas, locura,
la noche no es azul, es amarilla.

Los astros sólo son barro que brilla,
el mar no es más que un pozo de agua amarga,
la noche no es azul, es amarilla,
la noche no es profunda, es fría y larga.

El mar no es más que un pozo de agua amarga,
a pesar de los versos de los hombres,
el mar no es más que un pozo de agua oscura.

La noche no es profunda, es fría y larga;
a pesar de los versos de los hombres,
el amor, sueño, glándulas, locura."



I.V

martes, 18 de junio de 2013

Viginti Tres















Se gestan todas las palabras
si en la garganta suena
una lluvia semiviva.

Nunca he faltado a la cita de los lunes,
nunca te he dicho que esos lunes
siempre faltaban
más palabras.

Y, sin embargo, escribo como otros,
con temas que se agravan con el tiempo:
Recuerdo, Amor, Muerte o Distancia.
Nada de eso me atañe en este plato con carbón
y olor a violetas.

¿No soy yo la misma que vosotros, la que exclama?
¿La que bebió el amor y se hizo muda?
¿No he tenido yo sonrisa
y atardecer en una calle?

¿Y no lloré la muerte entre mantas de plata?

¿Acaso es que no fuisteis jóvenes un día?
¿He de recordar yo
que en la lengua hay secretos de carne?
Habéis alimentado vuestra sangre
con la pleitesía de unas vidriosas aguas.

Pero he ahí el tren -acabo rápido-
te espera en la orilla del Mar negro.
Y yo te escribo cartas
con agujas de grafito.
La distancia es lo mismo en todos
vuestros huesos.

Así que sí, poetisa o poetastra,
cama o lecho,
¿Qué importará eso ahora?
¿No hemos vivido de alguna forma
una estrategia,
un paliativo para la diferencia nula de sentirnos?

Todos los temas en el hombre son el mismo:
la vida, esfera granate, el recorrido.


Akata.

lunes, 10 de junio de 2013

Verano



Y la luna, aburrida, se estremece,
es normal que quiera un color que no la alumbre.
Ha caído otra estrella en otra noche,
llorando,
y gateaba en el porche de mi casa.

Leían en voz alta a José Hierro.
Temblaba su falda, su corazón, su pelo en bucles.
Acordándose del mar: ¿Qué será la vida?
La mecía una cálida humedad de verano,
un largo verso
de sonrisas aún por craquelar.
¡Cuánto amor me estoy perdiendo por soñar!
¡Cuántos sueños me han llenado
de este perderme en no se dónde!
Me abrazaste y acunabas mi silencio.
dios, te había echado de menos tanto
y ya sin conocerte...
Y él, con los colores de Agosto,
con su media sandía
pintándole los ojos de un azul noche tan diáfano.
"Cuando todo caiga, cuando vuelva el frío de Finlandia
a nuestras costas,
dime si la nieve ahogará más de un suspenso,
más de mil saltos
en esta arena de vacíos,
en la levedad de amarnos
bajo una lona de playas y fundido.

No quiero seguirte si es tu sombra
lo que quedará de mi cuando amanezca.
Me vale el frío, me llega hasta la planta porque acaba la niñez
cuando es de día.
Porque ayer era una niña con ruedas y hoy,
soy una joven cíclope
buscando la senda."

Y leía fuerte, muy fuerte a José Hierro:
"Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido tanto tiempo.
Allí estaba. Azul y prodigioso.
Y ella y yo solos, con harapos de sol y de humedad.
<<¿Dónde, dónde la noche aquella, la de ayer...?>>"
No se si el mar, o si las olas, o si la voz del comienzo de una vida,
pero se que los ojos se le incendiaron como caídas luciérnagas,
después de la madrugada de Agosto en que exhaustos
se rindieron
a la felicidad
de ser.

En el porche de atrás,
en el borde del césped
casi sin colores.
Poesía y brisa: eternidad.
Nunca olvidará su tiempo sin lagartos,
el perpetuo rumbo de un verano
que les sirvió de alambre.

Y la luna, blanca, divertida,
                                        contemplando el palpitar de otro cometa.

¡Que traiga el Sur un futuro sin espinas!
No hay medida para tanta incertidumbre.



Akata.



sábado, 8 de junio de 2013

Tan solo caer...

"No te resignes.
 Huye.
"Emito mis alaridos por los techos del mundo",
dice el poeta.
Valora la belleza de las cosas simples.
Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,
pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.
Eso transforma la vida en un infierno.
Disfruta del pánico que te provoca
tener la vida por delante.
Vívela intensamente,
sin mediocridad."

Walt Whitman.

























Huye.
"¿A dónde?"
Lo pienso porque estoy triste,
como si de verdad hubiese ocurrido.
Me imagino- o me veo- ante la tumba de alguien a quien amo, y me pregunto: <<¿Qué sientes?>>.
Creo que espero encontrar la respuesta a mi propia melancolía
en la inerte vulgaridad de un cuerpo vacío;
como uno siempre acaba buscando
en el hueco mudo de los otros
lo que indudablemente está dentro de sí mismo.

No puedo, y lo se.
Sigo mirando las flores del ramo que sostienen sus manos blancas.
Me digo todo lo feo que hay en mi: que tengo miedo a no trascender, que no se comprometerme con nada,
que cualquier cosa es reemplazable.
Que, la traición, es sólo aspirar a algo mejor.

No se.

Bueno, también pienso que la felicidad no es más que la sensación de no estar insatisfecho.(La plenitud no es tan importante, la satisfacción si lo es.)
Y que, por supuesto, no se consigue mediante ningún tipo de ejercicio interior.

 La felicidad nos viene dada por los que nos precedieron.

Ellos, mamá y papá, nos inculcan unos valores, nos introducen unas ideas y, estas mismas ideas aderezadas con la filosofía escrita, son las que determinarán nuestra capacidad para ser felices.

Está muerta ante mi. No siento vértigo, pero,
¿Qué es?
Algo ha crecido.

Porque, ayer, en los párpados cerrados de sus cejas, me vi queriendo huir en el veneno del alcohol.
No pensar, para no sentir una angustia que hasta temo escribir por si renace.
¿Será eso lo que sienta cuando muera alguien?
¿Ganas de beber hasta partirme?¿Odiar?¿No querer?¿No querer contestarme jamás toda la soledad y la pena?

Soy un desecho mentiroso que no entiende, que no quiere estar con nadie.
Tan sólo desea descansar con los huesos del muerto,
follarse lo que sea,
amarse un rato.
Doblegarse, hablar consigo mismo.
Apaciguarse.
Sentir que el fracaso no es un paso menos, sino un trayecto firme hasta la vida.

Ojalá pudiera decir todo cuanto pienso de mi,
cuanto me lloro si nadie aún me mira.

¿Será eso el luto, el duelo, la tristeza?




Akata.