domingo, 1 de junio de 2014

She´s wrong, she is not



-EN EL HONORABLE TIEMPO HACIA EL VACÍO-


Esta es la conversación de dos personas que se encuentran en un día de lluvia en un lugar donde no suele llover nunca. Esta es la conversación sobre el invierno en una ciudad donde siempre hay sol, y es un sol vil y detestable. Ella mira las gotas de lluvia como si las gotas de lluvia no fueran más que una prolongación de su tristeza y hubieran decidido caer de otro lugar hasta sus ojos. A ella la lluvia no le sorprende en absoluto. Toma con sus manos el abrigo marrón y envuelve el cuello en el cuello del abrigo. Un segundo después vuelve su cara hacia el extraño que la mira. Está esperando las palabras.

Él, por su parte, siente frío, un frío horrible que le está arañando los dedos de los pies entre los calcetines. Ha salido con ropa de verano porque en esa ciudad siempre el calor es enfermizo y constante. Y ahora tiene las pantorrillas mojadas y un barco hundido en los zapatos. Tiembla, y ya no sabe si es el frío real del día gris de verano, o que ella le mira como si no le conociera, como si estuviese esperando esas palabras. Él tiene que hablar, el desea hablar, pero se calla, simplemente espera. Se abandona a la lluvia y la humedad de toda su piel congelada. La conversación no llega aún, aún no llega.

Un hombre pasa junto a ellos sosteniendo un vaso de whisky que habrá robado de algún bar poco caro, y sin importarle lo más mínimo, se queda entre ellos dos, mirando como un idiota sin ver nada. Las enjutas piernecitas del señor se van tambaleando por el efecto de la droga. Ella le echa un largo vistazo y sonríe. Ha visto algo que él no ha visto. Es el momento. Ahora. Ahora. Pregunta.

-¿Qué?
  • Nada.
  • No, en serio, ¿Qué?
  • Está borracho.
  • ¿Ya no recuerdas lo que era ponerse borracho?.-  Él masca cada palabra dulcemente.
  • Recuerdo lo que era verte borracho. - Afirma ella y el enrojece.
  • Vaya. Comparaciones con viejos acabados.
  • El borracho siempre parece un ser acabado. Se ríe mucho, se mueve mucho, tiembla demasiado, y habla aún más. Siempre parece que fuese a caer por un abismo irremediable y lo supiese, y estuviese constantemente lidiando con la muerte en ese acantilado y las pocas ganas de vivir que le quedasen para poder beber un poco más.
  • El borracho sólo es alguien que se aburre.
  • Tú te aburrías mucho conmigo, entonces.
  • No. Yo me aburría cuando tu no estabas.
  • Por eso siempre abrías la puerta y tiritabas hasta la cocina, ¿no?
  • Hasta que te veía de nuevo. Siempre en la cocina, a las tantas de la madrugada.

Ella fue a interrumpirle, pero el habló.

  • Tomando tostadas a las tantas de la madrugada. Tostadas negras que sabían a mal cáncer. Y un vaso de zumo.
  • Y un vaso de zumo con miel.
  • Eso. Con miel. Y yo llegaba de emborracharme con los chicos, y todo el cuerpo me convulsionaba y la barriga se me metía hacia dentro como un globo desinflándose hasta que te veía ahí. Con la luz del extractor de humo marcándote los rasgos de la cara.
  • Era extraño.
  • Era hermoso. Ese es mi recuerdo preferido de ti. Llegar borracho y olvidar que lo estaba en cuanto te veía. Estar borracho es estar aburrido. Por eso yo veía tu rostro y recobraba la compostura. Sabía que la fiesta empezaba en la extensión de tus dedos agarrando el plato hasta tu hombro desnudo. Eso me paralizaba.
  • Ya no tengo cocina.- Dijo ella seca y decidida.
  • Yo tampoco tengo piso al que entrar de madrugada.- Carraspeó él.- ¿Y dónde comes ahora?
  • En los bares, en los centros comerciales. En las confiterías.
  • ¿Por qué? ¿Ya no vives con Marga?
  • Vivo con Marga. Vivimos en el piso de su tía. El que nunca arreglamos. Pero es lo mismo que estar sola. Así que salgo a comer fuera de casa y así olvido que mi vida es como las otras. Finjo que tengo algo por lo que salir, y espero.
  • ¿Ha dado resultado alguna vez?
  • Hoy es la primera.
  • ¿Por qué?.- él ya sabía la respuesta.
  • Porque has llegado tú. Y es la primera vez que llega alguien, o algo.
  • ¿Y ahora?
  • Ahora dejaré de comer en los bares, en los centros comerciales. En las confiterías...

él sonrió aliviado.

  • ¿Eso es que me perdonas?
  • Eso es que se cerró el círculo y ya no hay nada que perdonar. Ya no importará volver a casa y que no aparezcas borrachísimo tras la puerta. O que grites en las mañanas o que despiertes con ganas de tener sexo. Te he visto. Llovía. Hemos tenido esta conversación absurda que nos merecíamos, aun habiendo hablado de cosas banales. Ya puedo dejar de esperar.
  • ¿Y si ahora soy yo el que está esperando algo?.- La lluvia arreció y las gotas sucias les borraron las caras.
  • Bueno, ese ya no es mi problema.


Esta es la conversación de dos personas que se olvidan en un día de lluvia en un lugar donde no llovía nunca. Esta es la conversación sobre como las mariposas cambian los colores bajo el agua y se perdonan. Y de cómo los tigres también pueden llorar sin arrugarse. Esta es la historia de un final o de un principio para dos extraños que se quisieron demasiado mal y demasiado. La historia de todos los desconocidos que alguna vez se conocieron.  




Akata.

sábado, 24 de mayo de 2014

Voy a volverlo a hacer















¿Y sabes? Me he vuelto mil veces contra mi, y esta es una de ellas.
Lo sé perfectamente, reconozco una crisis cuando la veo.
 Y ahora mismo sólo deseo comer y beber para hacerme sentir como una mierda.
Porque estoy pidiendo amor a gritos, joder. Se que estoy sufriendo 
la puta ansiedad porque deseo con prisa que alguien me quiera
para olvidar que yo puedo hacérmelo mejor, que yo puedo ser la
dueña de todas mis putas causas. Y, ahora, me cuesta volver atrás,
decir que no, rezar un rato con los ojos cerrados -a ver si por fin creyese en Dios-
y, por supuesto, me cuesta abrir los putos párpados y no ir
corriendo a por una botella de Whisky para prenderme fuego y despertar
besando a otro tío con sabor a ceniza y coño de rubia.


Akata.

viernes, 9 de mayo de 2014

Hay felicidad en mi tristeza

Te mojaré como la hierba, porque tu eres invierno, amor, y el frío quema tanto como un labio. Te pido que en la calle no te dobles, que me des la mano fuerte y cortes la sangre, porque mi corazón está loco por la herida, y no sé ya si podría sobrevivir a otro sol desmedido en esta parte. Te diré que no pensé nunca en decirte que vinieras, que nunca pensé que yo me iría a ese lugar donde estás cuando te marchas, y bebo negra la cerveza para celebrarme el daño. 



A veces, te pido húmedo y vibrante, porque sabes que en tus ojos la soledad del árbol ya no crece en hojas; está pelado y sólo; y jodido y triste, te babea el nombre con mis letras. Así es, por aquello es que te quiero descalzo, para que el hielo te cubra como me cubre tu ausencia. Siempre sentiré nostalgia de todos los lugares en que las cejas mezclaron horizonte y sueños. Te mojaré, mi amor, como hizo conmigo la lluvia desastrosa, y entonces, tendrás que regresarme la impaciencia, la certeza de que algún día existirás, para que pueda escribirte estas palabras.


Akata.

martes, 25 de febrero de 2014

Correr el riesgo


Aquella puerta era harto conocida para él. Se preguntaba ahora, con la maceta medio mustia en la mano, cuántas serían las horas que había invertido en imaginar a Irina haciendo sus tareas domésticas dentro de ese cuchitril de la Calle Saint Dennis. La podía acariciar tumbada en el sofá con las piernas abiertas y una lata de cerveza entre sus dedos apunto de caer sobre la alfombra. Era tan distinta y a la vez tan silenciosa como el resto. Una de esas estrellas rojas que desean pasar desapercibidas entre la frialdad de millones de estrellas hermanas pero que, con la imposibilidad propia de lo único, acababa por delatarse y ser vista. Irina, una rusa en mitad de París, la ciudad más fea de Europa, siempre con el cielo encapotado y la gente bizca bajando a toda prisa por las sucias avenidas. Irina, que comentaba durante las cenas no tener familia ni lugar al que volver, estaba cansada de hacer audiciones para obras de teatro de tres al cuarto. Y él, cada vez que agotada volvía a casa por la pequeña acera llena de basura, la esperaba en la esquinita, con la intención de verla entrar y quedarse un rato en el portal oteando su ventana por si, con suerte, conseguía verla sonreír cerca del alfeizar.

Cinco años, y eso nunca había ocurrido. Hasta aquella tarde. Esa tarde en que él venía de la pastelería en la que trabajaba y ella le había llamado para invitarle a tomar una copa de vino. Cinco años. Cinco putos años habían tenido que pasar para todo aquello, para que al fin se sucedieran las circunstancias perfectas.  Ewan miró sus manos tensas sobre la maceta de crisantemos pompón que había comprado a mitad de precio en una floristería clandestina junto al Sena y, acto seguido, obervó el pomo de la puerta, la única línea real que ahora le separaba de aquella perfecta proyección de su anhelo, y sintió miedo, un miedo atroz e irracional, un miedo sibilino que parecía no tener origen. Y antes de darse cuenta, había dado un paso atrás. Fue en ese instante, cuando sin querer, volvió a imaginarla cargando las copas, abriendo la boca, moviendo los dedos alrededor del cristal. Llevando su pelo detrás de la oreja, paseando impaciente, esperándole ausente en pos del sofá. Y dio un paso atrás. Otro más. Otro más. Bajó las escaleras preso de la angustia. Siguió imaginando su cara un domingo, sus besos muy tibios, su sexo viscoso, su aliento de fruta que va a madurar. Y dio un paso más hacia atrás.

Cinco años recreando una escena, llorando de pena en las escaleras de en frente. Cinco años mirando a los otros valientes acompañarla a casa. Y ahora, en la la tarde, en la orilla, en la franja, su sueño moría. "Y si entrase y ella estuviese frustrada. Y si era una loca que hablaba y hablaba y hablaba y hablaba..." "Y si todo era un cuento para no estar sola. Y si era una copa de adiós y ya está." Cinco años de incertidumbre e iban a ser más. Hubo un hálito de valor, un pequeño "Asómate";  luego vino el terror, el silencio, el acento francés de los negros bajando la calle y sus pasos solapados en cada zancada. Irina en la cama, Irina cansada, Irina aún su sueño infinito de mierda. Y en la mente de Ewan una frase inmortal: "¿Por qué nunca podré atravesar la puerta?"


Akata.

lunes, 17 de febrero de 2014

HERO Y LEANDRO




DE LEANDRO Y LA ANGUSTIA

Del fuego de tu mano
al fuego de tus ojos en la noche:
nado.
Oscura misión la de buscarte
en las mareas enfermas de mis días.

Abro los párpados,
alzo la muerte entre la luna dudosa
y la espera de tu abrazo;
y nado.

Nado el Helesponto
como nada un áspero silencio
que desea romperse en tus gemidos.
Vivo atado a una mirada
al otro lado de las olas,
a tu candil sediento y blanco
                                            que es terrible obsesión de mis orillas.


Esta noche recé mis oraciones,
triste Hero.
Hay tormenta, y escribo por que temo.
Te amo,
               y remo

desde el miedo de no verte
hasta los labios puros del encuentro.

Me aterra este viaje medido
en la impaciencia de tocar
                                       o no tocarnos.

No pienses, Hero, que no acabo.

Mis brazos han nacido para oírte,
pero esta noche el mar,
esta noche que no veo el faro
de tus ojos;
trago arena en soledad
con tu recuerdo.

Se que tu luz
está esperando un sueño.
Se que volveremos a abrazarnos
en la sal y el sudor de lo perenne.
Enciéndete tan turbia como siempre,
no dejes de vibrar
hasta el último rayo de sol
                                         de lo único posible.

No me condenes, Hero,
a deshacerme.


Akata.

Ella tenía el mar...

Ella tenía el mar por todo el cuerpo. Su cuerpo picaba por la sal, por las heridas de las olas al embestir sobre sí. Su ombligo era el centro oscuro que nadie puede encontrar, el punto exacto donde dicen que los dioses se despiertan. Ella dejaba navegar barcos abiertos, a veces amaba el sol, y se pintaba en la piel con los colores del viento. Fluía entre el reflejo blanco de todas las estrellas; respiraba en su fuego, escuchaba los cohetes de fiestas en sus pechos. Bailaba al ritmo de Jazz de la cubierta de sus miedos, y si otro instrumento tocaba, obligaba a las gaviotas de sus ojos a volar.
Ella era el mar por todo el resto, desde los dedos diminutos de sus pies hasta el inseguro moho de su cerebro. Tenía el mar por los infiernos, hablaba el llanto de los muertos asfixiados que, un día, intentaron alcanzar la luz desde lo hondo. Susurraba en verano una sonrisa, se dejaba acariciar por los pequeños niños en invierno. Sus lunares en las partes mas recónditas, tesoros de naufragios que partieron a la negra Atlanta. Sólo quería un sueño. Ella quería soñar porque el mar no sueña nunca. Porque el mar vive despierto, asustado, vibrante y a la vez, valiente y terco; torbellino de mil contradicciones. Ella tenía el mar en las pestañas, le sangraban las mañanas- más o menos a las seis- cuando manchada de café se acordaba de quererse un poco. Sabía que un cielo gris dura un infarto. Sabía que un cielo raso podía pesar también una palabra. Era canciones de nadie, canciones de todos. Espuma, gritos, silencio...Arena en el pelo, comisuras torcidas de buscarse esperando. Las ganas de partirse en dos largas piernas por un beso.
Ella tenía el mar, era el mar, sabía a mar por todo el cuerpo.


Akata.