martes, 7 de diciembre de 2010

Hablar de nada.


HABLAR DE NADA




Cagando en aquel bar, apretó su cigarrillo fuerte con los dedos de la mano y lo llevó una vez más a la boca. Allí afuera la gente se volvía loca con toda esa música pseudo-country de una máquina de discos pasada de moda. Así era la vida, algo pasado de moda. Se subió la cremallera y salió de nuevo a la barra a por otro vaso de jack daniel´s sin hielo. Al fondo, una mujer rubia con ojeras no le quitaba los ojos de encima. De vez en cuando relamía sus labios deshidratados por el alcohol y eructaba suavemente.

Ninguno de los dos se acercó al otro, sin embargo, toda la noche estuvieron deleitándose con el juego de miradas que se comprenden en un mundo cargado de estupidez y mierda. Se bebieron juntos dos, tres, cuatro vasos, sin dejar de observarse atentamente, contemplando aquellas nimiedades que rara vez se ven en algún momento de la existencia; el pequeño resquicio de lucidez y entendimiento de las cosas tal cual son, sin belleza, sin armonía, sin nada; con la única sensación de gastar cartuchos de balas que nunca han matado a nadie.

En la sexta copa él se levanto y salió por la puerta del bar, ella tomó su chaqueta roja y salió tras él 2 minutos más tarde. Caminaban muy cerca el uno del otro, como si los pasos fuesen los mismos. En las calles, indigentes y hombres con traje agarraban sus botellas de vino y las llevaban a la boca queriendo autoconvencerse “ mañana será otro día”. Y sería otro día , probablemente, pero eso no les libraría de acabar de nuevo en aquellas calles envenenándose la sangre con una botella de vino. Él llegó a un portón de madera de un edificio medio en ruinas, y esperó. Ella sacó un pitillo y se lo fumó frente a él apoyada en los interfonos, marcando los timbre de todos los pisos con su pelo de putón. Antes de exhalar la última calada, contuvo el aliento y besó al hombre que sonriendo aguardaba el gesto. Así compartieron un pedazo de muerte como algo divino, un pequeño ritual de amor que solo ellos entendían. A ojos del resto del mundo solo serían dos borrachos escupiéndose en la boca las cenizas del fracaso. Pero ¿que importaba? ¿acaso importaba el mundo? Podría decir que hicieron el amor como dos entes acariciando lentamente el nirvana, pero lo cierto es que se follaron tan fuerte que estuvieron a punto de desgarrarse las vértebras. Las palabras volaron en cada silencio de saliva y no se dijeron nada más. Con el olor a sudor y cerrado se fumaron el último pitillo de la cajetilla de tabaco y después se bañaron en cartones de vino rancio. Aquel instante sin duda fue delicioso. Él contemplaba absorto el rojo sangre tiñendo el rubio de su pelo, la boca entreabierta y su mano en el clítoris deshaciéndose como una pastilla efervescente. Que soberbia escena de sexo mundano y ridículo. Luego ella agarró su miembro y como si de un embudo se tratase, derramó el vino por todo su pene relamiéndo de nuevo sus comisuras. Minutos después se colocó la chaqueta roja y con el pelo aún mojado desapareció de su vista. Él se tumbó desnudo en el camastro y aún bebiendo, tomó el libro de la mesilla y leyó: “Me levanté y fui hacia el jodido cuarto de baño. Odiaba mirarme en aquel espejo pero lo hice. Ví depresión y derrota. Unas bolsas oscuras debajo de mis ojos. Ojitos cobardes, los ojos de un roedor atrapado por un jodido gato. Tenía la carne floja, parecía como si le disgustara ser parte de mí.” Acto seguido se levanto y fue a cagar al baño, tomó un cigarro húmedo del suelo y se lo fumó pensando en las ojeras de aquella ramera de ojos grises y pelo rubio. “Cuando despierte espero que esto haya sido una pesadilla, las cosas buenas solo traen desgracias”.- reflexionó mirando por última vez la ceniza incancescente del pitillo.

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