domingo, 9 de enero de 2011

Las estaciones o aeropuertos.


Las estaciones de autobuses, los aeropuertos y las estaciones de tren son lugares mágicos indiscutiblemente. Si alguna vez habéis tenido que despedir a alguien en una de ellas, o por el contrario os habéis reencontrado con alguien especial, sabréis de qué estoy hablando. Allí, aunque el aire esté viciado y luces parpadeantes nos distraigan incesantemente, las sensaciones son distintas, se acrecentan los sentimientos cómo si acabásemos de consumir por primera vez setas alucinógenas y toda la cabeza nos diese vueltas.
En las estaciones o aeropuertos, si observamos atentamente siempre veremos a la típica muchacha delgada, de piernas "Empire state" con un moñito rubio sujetando sus perfectos cabellos bien alisados y una maleta roja con su nombre para evitar extravíos. A su lado siempre podrás encontrar a un hombre cuarentón, barbudo, de piel tostada y párpados semientornados que ya hace largo rato dejó de fingir que miraba a la gente ir y venir de un lado a otro como si le importase lo que le rodea. En realidad está sólo, vuelve para abrazar a su hija o su nieta o su mujer, qué se yo, vuelve para palpar el calor del cariño que se le escapó.

En las tiendas de perfumería o en su defecto, en las de revistas, hallaremos casi indudablemente a las dos mujeronas de ropajes estridentes y pasados de moda, con esos leotardos verde vómito y las botas de charol marrón desgastado que cacarean sin cesar sobre el temporal y la boda próxima del hijo de alguna de ellas; son esas señoronas que acribillan con preguntas banales a todo aquel que se siente cerca de su territorio.

También hay muchas parejas jóvenes , amantes y empresarios, viejos jubilados, niños que vuelven a casa por vacaciones con sus padres, etcétera, etcétera . Ya, imagino que en vuestro barrio también hay pintorescos señores y vecinas del séptimo con escote francés, pero nunca tendrán parangón con los seres que habitan las estaciones o aeropuertos. Ellos persiguen un sueño, una meta, persiguen el hedonismo lujurioso, el tiempo perdido, la maltrecha herida, persiguen corazones a mitad y ojos del color de las dunas, ellos van buscando tesoros que la vida les ha negado, o pensando dineros para vivir como reyes.

La diferencia pues, está en los ojos, en el fulgor de las pupilas ansiando lo desconocido o regresando a lo familiar. Se de la pequeña diferencia, de la metamorfosis del hombre al pisar una estación, por que esta tarde, sin ir más lejos tuve que decirte adiós en una de ellas, ir tras tu maleta gris sujetando las ganas de retenerte conmigo, aprisionando lo tantísimo que voy a echarte de menos... Y sentí el fuego de las lágrimas rodeando mis mejillas, noté el brillo de mis ojos y la fuerza de la sangre apretando las arterias; comprendí entonces, en el instante en que subías las escaleras y me dabas el último beso, que jamás había sentido tal abandono como en aquella estación. Comprendí que quienes cruzan la puerta hacia el interior se convierten en sensaciones andantes. Y que hasta que no regresan o traspasan las puertas de nuevo,la luz los devora.

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